Niki Ppal

Interrumpido primero por cierto panda y después para poder dar cuenta de las dos últimas producciones que la grandiosa Ghibli nos ofreció antes de cerrar ¿temporalmente? sus puertas a aquello que había servido para cimentar su prestigio, volvemos hoy a los años ochenta para continuar por dónde lo habíamos dejado con este ciclo de animación que, curiosamente, insiste con la presente entrega en apuntalar una vez más las cotas que alcanzó la productora nipona de la mano de ese genio llamado Hayao Miyazaki.

Un genio que incluso cuando se quedaba lejos de sus obras maestras indiscutibles como pasa con ‘Niki, la aprendiz de bruja’ (‘Majo no takkyûbin’, 1989) —nota al margen: al igual que sucediera con la isla flotante de ‘El castillo en el cielo’ (‘Tenkū no Shiro Rapyuta’, 1986) de nuevo el doblaje español cambiando una palabra del original, «Kiki», por otra con menos connotaciones…en fin…— rayaba a una altura que superaba, con mucho, la de cualquier otra producción animada del mismo año, por más que ésta fuera ‘La sirenita’ (‘The Little Mermaid’, Ron Clemens y John Musker).

Perfección técnica

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A la hora de cualificar los muchos logros que las cintas de Hayao Miyazaki en particular y de Ghibli en general fueron acumulando con el paso de los años, a nadie se le puede escapar que el primer aspecto que la productora mimó hasta límites extraordinarios fue la belleza plástica de su animación. Una belleza que en ‘Niki…’ adquiere matices superlativos y que abarca desde el magistral y preciso diseño de personajes a la concreción de unos paisajes —campestres y urbanos— que ya quisieran para sí muchos filmes de imagen real.

Valorar así el acabado formal de la cinta es sólo el primer paso a la hora de apreciar aquello que se oculta tras su sublime pátina visual: el extremo cariño que Miyazaki puso en TODAS las producciones que firmó y la forma en la que, de la mano, fueron calidad de la animación con calidad de una dirección que siempre fue capaz de ofrecernos soluciones nada acomodaticias, ya en la manera en la que se contaba la historia, ya en qué historia se contaba.

Y aquí, separándose del Japón animista que había explorado en ‘Mi vecino Totoro’ (‘Tonari no Totoro’, Hayao Miyazaki, 1988), el cineasta vuelve a los escenarios europeos e incide de nuevo en acercarse a una temática iniciática en la que, contando —cómo no— con una protagonista femenina, se nos presenta una metáfora sobre las dificultades de los jóvenes para incorporarse a la sociedad adulta aderezada con reflexiones sobre el valor del trabajo o el duro camino hacia la emancipación.

‘Niki, la aprendiz de bruja’, sencilla y enternecedora

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Utilizando como fachada a la niña de 13 años que es Niki, una bruja que siguiendo la tradición abandona su hogar para mudarse a una ciudad a la que ofrecer sus servicios, el mensaje del filme se sirve al espectador a través de la contraposición de la joven con dos personajes femeninos y uno masculino, una terna que conforma el telón de fondo sobre el que se se expone de forma sencilla y muy próxima el tránsito hacia la temprana madurez que la protagonista irá adquiriendo de forma paulatina.

De similar relevancia, el equilibrio formado por Tombo —el chaval de su edad que sirve para indicar la incapacidad de Niki de poder integrarse en su extracto social—, Osono y Úrsula es el perfecto para que, sin casi tener que hacer nada con la resuelta protagonista, sintamos muy de cerca ese complicado viaje que todos, en alguno momento de nuestras vidas, tuvimos o tendremos que hacer.

Y si Tombo es en cierto modo el vértice «negativo» del triángulo, son Osono, la dueña de la panadería que ayudará a Niki a levantar su negocio de transporte y le enseñará el amor por el trabajo, y Úrsula, la joven artista que vive en mitad del bosque y que impartirá lecciones a la brujita sobre la inspiración y la forma de afrontar las crisis que la vida nos va interponiendo en el camino, las que, junto a la anciana, conforman la vertiente más optimista y positiva de la cinta.

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Complementadas todas ellas con esa pérdida de la inocencia y primer paso hacia la edad adulta que supondrá la ruptura del contacto mágico con su gato Jiji, sorprende en ‘Niki…’ y sorprende sobremanera, que todos estos mensajes estén expuestos de una forma tan sencilla y sutil que, si bien sólo un adulto puede aprehenderse de ellos, eso no signifique en ningún momento que los más pequeños de la casa encuentren dificultades en poder disfrutar de la cinta.

Antes bien, ese discurso sencillo y tremendamente tierno que impregna todo el metraje llega, por otros medios, a unos infantes que —y pude comprobarlo de primera mano con mi hija— se dejan maravillar por el hecho de ver a una niña volar en escoba y hablar con un gatito y que, llegado el momento, padecen con intensidad los altibajos emocionales de la protagonista a un nivel que, si bien no son capaces de entender, aceptan de forma natural.

Esa cualidad, la de poder emocionar a dos generaciones tan distantes —mi pequeña tiene cuatro años, yo cuarenta—, la de que ambos consigamos implicarnos con la historia y empaticemos con sus personajes dejándonos llevar por la perfecta fluidez del discurrir de la cinta, es acaso la que mejor cuantifica, no ya a esta espléndida producción, sino a la inigualable forma en la que Miyazaki era capaz de contarnos un cuento para adultos con lenguaje para niños…para niños de 4 a 99 años.

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La noticia Animación | ‘Niki, la aprendiz de bruja’, de Hayao Miyazaki fue publicada originalmente en Blog de cine por Sergio Benítez .


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