(Un culto a la tierra y al vino)

Título original: Ce qui nous lie
Año: 2017
Duración: 113 min.
País: Francia
Director: Cédric Klapisch
Guion: Santiago Amigorena, Cédric Klapisch
Música: Loïc Dury, Christophe Minck
Fotografía: Alexis Kavyrchine
Reparto
Pio Marmaï, Ana Girardot, François Civil, Jean-Marc Roulot, María Valverde, Karidja Toure, Yamée Couture, Florence Pernel, Eric Caravaca, Jean-Marie Winling, Tewfik Jallab

SINOPIS
Jean dejó a su familia y a su Borgoña natal hace diez años. Al enterarse de la inminente muerte de su padre, regresa a la tierra de su infancia. Él se reencuentra con su hermana, Juliette, y con su hermano, Jérémie. Su padre murió justo antes del inicio de la cosecha. En el espacio de un año, al compás de las cuatro estaciones, los tres jóvenes se recuperarán y reinventarán su fraternidad, floreciendo y madurando junto con el vino que producen.

CRÏTICA:

Es una película agradable de ver, con su punto de romanticismo; de amor imposible; de búsqueda del “yo” personal sin perder las raíces; del reencuentro con esas raíces terrenales y familiares; y al fin,. una vuelta a la infancia para descubrir donde quiere estar cada uno.
Todo trascurre en un ambiente familiar con algunas tensiones bastante previsibles entre unos hermanos a punto de repartirse la herencia de unas tierras de cultivo de viñedos de D.O., que el padre, recién fallecido, recomendaba no partir, pero que por algún problema económico se plantean tener que hacerlo. En medio de esa pequeña tempestad, los hermanos asumen que son unos viticultores sin demasiada experiencia, así que, Juliette, la hermana mayor, que se considera la más experta, coge las riendas del negocio para conseguir elaborar un gran vino, con la incertidumbre de no saber si será capaz de conseguirlo.
El viaje que realizamos a través de todo un año, en medio de un ambiente bastante bucólico, se centra por una parte: en todo el proceso de la tierra y el cultivo de las viñas; la vendimia; hasta la cata del vino que elaboran y, paralelamente, en la toma de decisiones ante los problemas económicos y la posibilidad de romper la unidad familiar por desavenencias y obligaciones contraídas socialmente, ajenas al “ahí”, y al “ahora”.
El film tiene sus momentos lúdicos y otros más dramáticos, aunque todos ellos desarrollados por personajes apacibles, que toman decisiones de cierta trascendencia para sus vidas con bastante calma, hecho que hace que sea una obra amable para el espectador, tanto en los momentos de tensión como en los momentos dulces.
Parece una película realizada con el fin de despertarnos el interés por paladear un buen vino y degustarlo litúrgicamente, hacernos reconocer el valor que eso tiene. Desde luego, quizá los momentos más agradables los encontramos en aquellas secuencias dedicadas a mostrarnos el trato con la tierra, los cuidados con los viñedos para cultivar una buena uva, la relación de los trabajadores en la vendimia, los procesos artesanales y el esmero para elaborar ese gran caldo en la tradición familiar y, finalmente, el proceso de cata, en la que los expertos han de decidir su calidad. Personalmente creo que ese era el punto central en el que se debería haber volcado Cedric Klaplisch para conseguir una película subyugante y, es posible que, un referente cinematográfico sobre el culto al vino y el respeto por su elaboración.
Lo demás; los problemas familiares, los enfrentamientos entre hermanos a la hora de recibir las herencias, las dificultad de asunción de responsabilidades en la paternidad, o el enfrentamiento por la liberación de unos suegros prepotentes cuyo empeño -por el pretendido bien de su mimada hija- es obligarte a tomar decisiones que no quieres , todo eso, con estar correctamente planteado queda algo diluido al faltarle pasión y fuerza en las escenas esenciales. Unas gotas más de ambición tanto en el fondo como en la forma hubieran conseguido algo más de complicidad en el espectador. Tal cual está se queda en una película nada más que “amable” y agradable de ver.
Aunque tendremos que reconocer que no es poco, en los tiempos que corren.

Pepe Méndez