Elecciones Usa: analizamos la serie House of Cards
Tengo que reconocer que no soy uno de esos voraces consumidores de series de televisión. Normalmente tengo muy poco tiempo como para sentarme durante muchas horas o días delante de un televisor o pantalla de ordenador para ver temporadas completas de series. No soy muy friki en ese aspecto y tal vez sea a partes iguales por elección como por obligación. De modo, que ante esa disyuntiva, aparece la necesidad de que una serie de televisión tenga los ingredientes exactos para engancharme lo suficiente como para rebuscar horas y huecos entre el exiguo tiempo libre del que gozo, y así poder avanzar en capítulos y en temporadas.
Dicho esto, sí he de decir que he visto las suficientes como para elaborar juicios propios de lo que busca un gran número de público en ellas, y como para discernir que hace a una serie especial y diferente a las demás. Por decirlo de otro modo: ¿Qué hace que una serie se convierta en un referente y un icono para una generación, para una nación o para la sociedad?
Por otro lado, no tengo un género predilecto ni una nacionalidad favorita, cosa que creo que es un denominador común en todo consumidor de series de televisión. Lo normal es que la mayoría tengan un amplio abanico de series de diferente temática en su haber como telespectador. Pero sí que forman parte de mi vida, de mi juventud y madurez, títulos como Farmacia de guardia, El príncipe de Bel Air, Médico de Familia, Al salir de clase, “V”, El coche fantástico, El equipo A, Aquellos maravillosos años, Spartacus, Friends, Cheers, Wayward Pains o Stranger Things, entre otros.
Queda claro, más o menos la edad que debo tener con tan solo ver los títulos que he narrado. Pero más allá de que las series son fruto de algo generacional (salvando casos de series inmortales y cuyas reposiciones alimentan a varias generaciones), encontramos que todas y cada una de ellas confieren un matiz familiar e imperecedero al espectador. Todas ellas se nutren de las aspiraciones, esperanzas, sueños, deseos e influjo que puedan depositar en cada par de ojos que se planten frente a ellas. Vivimos en un mundo que normalmente se presenta incierto, del que desconocemos casi todo y del que fantaseamos con casi todo. Y es ese, el juguete que utilizan los creadores y guionistas de esas reconocibles o estrambóticas series de televisión que nos bombardean cada vez más.
Pero a colación de todo ello, debo decir que he tardado 34 años en descubrir cual es la mejor serie que he visto en la vida. Y para todo aquel que me conozca bien y no de pasada o de imaginación, le sorprenderá. Y lo hará porque sabrá que yo no soy un hombre de política. Raras veces hablo u opino en público de ello. Y en muy pocos escritos míos será el foco de actuación. Pero lo que ha sucedido con esta serie, que algunos ya habréis adivinado, es que he descubierto y fortalecido el porqué de esa condición apolítica que tengo. Y esa serie no es otra que “House of Cards”.
Análisis de House of Cards
¿Y por qué? Pues sencillamente porque creo que es extraordinaria. Magistral. Apabullante. Soberbia. Alucinante. Real. Estremecedora. Desgarradora. Esclarecedora. Lasciva. Perversa. Maniatada. Ruin. Corrupta. Mediática. Delictiva. ¿Necesitan más palabras?
Pero además de todo ello, está interpretada por un reparto coral sublime, en donde todos cumplen un papel primordial con el más absoluto de los aciertos. Pero todos ellos giran alrededor de dos protagonistas exageradamente espectaculares. Yo ya venía siguiendo sus trayectorias desde el cine y estaban entre mis actores y actrices predilectos. Pero el trabajo de Robin Gayle Wright y Kevin Spacey en esta serie, es simplemente perfecto. Y aunque a algunos les parece absurdo, los momentos en que Spacey se dirige al espectador en primera persona, me parecen increíbles, apoteósicos, originales y necesarios. Establecen una conexión total entre la serie y el espectador; la cual se va logrando a medida que suceden los capítulos. Porque si algo tiene esta serie es que consigue apoderarse de los sentimientos y reflexiones del telespectador, hasta el punto de llegar a sentir aprecio y cariño por alguien despreciable y falto de escrúpulos como Francis Underwood.
Pero si hay algo que me fascina en cuanto a los personajes, es Claire Underwood (Interpretado por Robin Gayle Wright, que además, ha hecho en algunas ocasiones de directora de la serie). Su personaje, construido desde la belleza y el poderío, describe a una persona tan dominante como dependiente. Claire, es sin duda el eje principal de la serie. Un motor de sensualidad y elegancia que cabalga entre la ausencia total de decencia y la extremada inteligencia. Un personaje capaz de apoderarse de todo, de hacerlo todo a su imagen y semejanza mientras su sombra se arrastra por debajo de los focos. Pero es que además, tiene algo que me pone. Detrás de esa mujer que jamás derrama una lágrima y enamorada de poder e influencia, se esconde una persona enamorada de los detalles y que además se siente profundamente atraída por los artistas. Sus esporádicos escarceos clandestinos con pintores y escritores, dejan una puerta abierta a otro mundo de luz en el que podría encajar tan bien como lo hace en el de la oscuridad.
Aun así, lo realmente espectacular de esta serie es que no hay más excentricidad que la propia realidad. Esta serie denota un total estudio, asesoramiento y documentación del mundo en el que navega y naufraga. Un mundo de estamentos, de envidias, de poder, de clases, de corrupción y de mentiras, en el que todo parecido con la realidad es creíble. Un rodaje y una estructura de guión perfectamente articulada para construir una trama sobria y deductiva, pero que pone a prueba la atención y la comprensión de un espectador con ganas de ir más allá de sus sentidos. De repente, te ves abordado por multitud de experiencias, contrastes, nuevas versiones de la vida que chocan y estallan en tu comprensión. Pero pronto descubres que son el paradigma y el escaparate de todo lo que no queremos ver a diario o lo que no estamos preparados para aceptar.
Al margen de eso, sí, es una serie de política al 100%. Pero por sus rancios poros, respira humanidad, lucha, ambición, amor, entrega y disposición. Los humanos somos una especie única y aterradora. Eso es lo que me ha hecho creer esta serie de televisión que sin duda se ha convertido en un referente y un icono para mí.
Me gustaría acabar este artículo de opinión, lanzando una pregunta o mensaje que me inspira House of Cards, ya que juega constantemente con esa dicotomía: ¿Qué pesa más, la lealtad o la traición?
Puedes leer otro análisis sobre House of Cards en este enlace: House of Cards
© VÍCTOR MANUEL MIRETE RAMALLO
https://twitter.com/VicmanProductio
from SerieManiac – Noticias series tv http://ift.tt/2f8viRe
via IFTTT