Roger Ebert la calificó como la mejor producción de 1998. Ahí es nada. Fue un fracaso de taquilla recaudando doscientos mil dólares más que su escueto presupuesto de 27 millones de dólares, pero eso no le impidió adquirir la rápida condición de filme de culto de obligado peregrinaje para los amantes de la ciencia-ficción.
Una condición más que merecida puesto que, si bien este redactor no la calificaría como la mejor que vio la luz durante su año de estreno —ahí estarían para impedirlo la cinta sobre el desembarco de Normandía de Spielberg o esa del «Nota» firmada por los Coen—, sí que la situaría entre las cinco mejores, no ya de 1998, sino de la ciencia-ficción que pudimos ver durante la década de los noventa.
Si ello es así —y lo es, no tengo ninguna duda— es debido a múltiples factores que se conjugan para construir un filme hipnótico, lleno de matices y referencias que enriquecen sobremanera su contenido y que están puestos ahí de forma nada casual para levantar un microcosmos en el que, si algo sobresale por encima de todo, es la fascinante y asombrosa puesta en escena de Alex Proyas.
Su obra maestra
De las seis producciones en las que hasta ahora se ha implicado el cineasta nacido en Egipto —de padres griegos, para más señas— y por mucho que ‘El cuervo’ (‘The Crow’, 1994) sea espléndida y ‘Yo, Robot’ (‘I, Robot, 2004) tenga sus momentos, ninguna puede compararse a la casi perfecta personalidad que ostenta el trabajo del realizador y la fuerza que imprime a la cinta en los instantes en que esta se dispone a dejar maravillado al espectador que se deje.
Muy evidente resulta que dichos instantes son aquellos en los que la banda sonora de Trevor Jones ofrece su registro más potente con dos de los mejores temas de toda su trayectoria, acompañando a John Murdoch —el personaje que encarna con desigual fortuna Rufus Sewell— en sus enfrentamientos con los extraños o cuando el filme se acerca por primera vez a la «sintonización» que éstos seres oscuros y grises hacen para modelar la ciudad a su antojo.
Huelga decir que, de todos ellos, el que sobresale por espectacularidad es un clímax final en el que Proyas se deja la piel demostrando, entre otras cosas, que claridad narrativa y montaje rápido —un dato curioso es que hay un cambio de plano en el filme más o menos cada dos segundos…y no es que yo los haya contado, cuidado— no son términos antitéticos y que se puede dejar epatado al espectador sin necesidad de dejar de lado una exposición ejemplar de lo que acontece en pantalla.
Por descontado, si tengo al filme en tanta estima como la que he apuntado antes, es porque la huella que deja Proyas en el resto del metraje es tan fascinante como aquella que puede rastrearse en sus escenas cumbre. Una huella que discurre a ritmo de letanía y que se impregna sobremanera del ambiente opresivo en el que se desarrolla la acción, esa ciudad siempre en tinieblas y siempre cambiante que es todas y ninguna, que pertenece a muchas épocas pero que está fuera de todo contexto histórico y que sirve de campo de experimentación a los extraños.
‘Dark City’, fascinante laberinto
Distribuida como ese laberinto circular en el que el espléndido personaje de Kiefer Sutherland encierra a sus ratones —una clarísima pista de lo que nos dejará boquiabiertos en el cierre del segundo acto—, la ciudad oscura que da nombre al filme y ese movimiento en espiral que de ella se deriva es uno de los motivos recurrentes de una cinta que juega con muchas simbologías diferentes para, decía antes, añadir capas de mensaje al mero hecho de ciencia-ficción con el que juega de forma principal.
Quizás una de las analogías más brillantes que hace ‘Dark City’ —aunque quién sabe si de forma buscada o no— es la que se lleva a cabo con respecto al mito de la caverna de Platón, con la urbe haciendo las veces de ese oscuro lugar poblado de sombras que sirve de prisión a unos ocupantes que desconocen que lo que viven no es la «realidad».
Sumándose a ella las claras influencias que el noir ejerce sobre todo el conjunto —algo que ya se dejaba ver en ‘El cuervo’—, es imprescindible antes de finalizar esta entrada aplaudir el espectacular esfuerzo que el departamento de diseño de producción hace para que la opresión sea la cualidad más destacable de una metrópolis a la que, si con algún otro epíteto puede caracterizarse, es el de «kafkiana».
A que esa opresión traspase las fronteras de los muros de piedra y atenace al público, ayudan las soberbias interpretaciones de todo el elenco —bueno, de todo menos de Sewell, que tiene momentos que rozan el ridículo—, con Jennifer Connelly y William Hurt destacando como los que mejor son capaces de condensar la infinita melancolía que envuelve a los habitantes de la ciudad.
Influenciada e influyente —su huella se deja notar, y mucho, en ‘Matrix’ (‘The Matrix’, Andy & Larry Wachoswi, 1999)—, ‘Dark City’ es una de esas producciones que, cuanto más la ves, más detalles extraes y mejores sensaciones imprime. Lo dicho, de las cinco mejores cintas de ciencia-ficción que llegaron a estrenarse durante los diez años que separan a 1990 de 1999.
Otra crítica en Blogdecine | ‘Dark City’, la película que mereció el éxito que se llevó ‘Matrix’
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La noticia
Ciencia-ficción: ‘Dark City’, de Alex Proyas
fue publicada originalmente en
Blog de cine
por
Sergio Benítez
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