Desde el momento en que la Fox levantó el embargo sobre las críticas de los pases de prensa previos a su estreno, a ‘X-Men: Apocalipsis’ (‘X-Men: Apocalypse’, Bryan Singer, 2016) no han parado de lloverle palos, como se suele decir, «hasta en el carnet de identidad». Parece que la paciencia de aquellos que abrazaron la «renovación» de la saga que impuso Matthew Vaughn en 2011, en la que muchos vimos bastante poco, se ha agotado y que los mutantes piden a gritos un cambio radical.
Cambio que, lamentablemente, el que fuera inicial impulsor de la franquicia mutante allá por el año 2000 no parece ser capaz de darle a una saga de producciones que, con sus dos primeras entregas como ejemplo máximo de lo que ha llegado a ofrecer, ha ido arrastrándose por diversos lodazales que han provocado, entre otras cosas, que en numerosos círculos se lleve tiempo hablando de la necesidad de los mutantes cinematográficos de regresar a La Casa de las Ideas.
Denostado por atribuírsele una considerable parte de responsabilidad sobre el maltrecho estado de los hombres y mujeres X, hubo un tiempo, el que transcurrió entre 1995 y el estreno de ‘X-Men’ (id, 2000), en que hablar de Bryan Singer era hacerlo del cineasta que nos había dejado boquiabiertos con ‘Sospechosos habituales’ (‘The Usual Suspects’, 1995), su segundo filme y, sin lugar a dudas, lo mejor que el realizador ha puesto en pie en los veintitrés años de trayectoria profesional que ya carga en sus espaldas.
Dirección, actores y dirección de actores
Huelga decir, antes de empezar, que considerando las dos décadas de edad que arrastra el filme que hoy os traemos en Cine en el salón, las revelaciones que puedan incluirse a lo largo de esta entrada no deberían ser calificadas como spoilers. Pero, por si acaso, avisados quedáis de que se comentará de forma abierta un aspecto concreto del filme que atañe a su magnífico final.
Fogueado de forma más bien discreta con ‘Public Access’ (id, 1993), su puesta de largo en la gran pantalla, el Bryan Singer que podemos encontrar en ‘Sospechosos habituales’ da un paso de gigante con respecto a su anterior incursión tras el objetivo para alzarse como un cineasta de esos que de la noche a la mañana está en boca de todos. Y no es para menos.
El modo de dar forma al soberbio guión escrito por Christopher McQuarrie —con quien ya había colaborado en su ópera prima—, la manera en la que se narra este thriller que orbita alrededor de cinco ladrones y de la ominosa figura de una leyenda del mundo criminal, cómo se engaña al público sin que éste se de cuenta de lo que se urde desde el prólogo de la acción que se nos presenta tras los créditos…TODO lo que transcurre durante las dos horas menos cuarto de metraje viene a afirmar que en Singer habíamos dado con un diamante en bruto que ya aquí pulía no pocas facetas.
Y si numerosos son los ejemplos que cabría indicar para dar idea concreta del talento tras las cámaras del cineasta —por citar dos, el asalto a la «compañía de taxis» y la incursión en el barco—, creo que uno de los valores que mejor cultiva Singer en ‘Sospechosos habituales’ es aprovechar hasta las últimas consecuencias al impecable reparto que se pone en sus manos.
Sabiendo destilar con precisión el talento del primero al último de los protagonistas que tienen relevancia en el devenir de la historia —lo de Postlethwaite es para quitarse el sombrero—, es no obstante en dos de ellos donde ‘Sospechosos habituales’ encuentra mayores motivos para el asombro. Primero, cómo no, el Dean Keaton de Gabriel Byrne, un antihéroe de tonalidades trágicas con el que se empatiza de forma inmediata en el momento en que se conoce su trasfondo como antiguo policía que, tras un tiempo en la cárcel, intenta rehacer su vida y dejar atrás su pasado criminal.
La mirada de Byrne, esa que con tanta elocuencia hablaba cinco años antes en la extraordinaria ‘Muerte entre las flores’ (‘Miller’s Crossing’, Joel Coen, 1990), vuelve aquí a tener una relevancia extrema en casi todos los momentos en que el actor aparece en pantalla, empezando por el citado prólogo en el que tanta información se da, pero del que tan poco se puede extraer la primera vez que uno se acerca a la cinta.
Verbal Kint
Ahora bien, si hay un actor que, da igual las veces que uno pueda revisar el filme, sigue sorprendiendo como el primer día cuando de valorar su trabajo es de lo que se trata, ese es Kevin Spacey. Cimiento sólido en el que el intérprete consolidará una trayectoria previa que casi alcanzaba la década con papeles insustanciales, el Verbal Kint que es centro alrededor del que orbita una considerable parte de la trama es, como poco, INOLVIDABLE.
Y digo como poco, y digo bien, por cuanto lo que Spacey pone aquí en juego no está, ni de lejos, al alcance del común de los actores: la sutileza de su trabajo, la ambivalencia del personaje que construye, que aúna fragilidad con momentos de suma determinación —pistas claras sobre su auténtica identidad— y la veracidad con la que se nos mete en el bolsillo pocos segundos después de su aparición son sin duda tres de las bazas que mejor definen la labor del actor.
No cabe duda de que a favor de la efectividad extrema del personaje de Spacey juega, y juega sobremanera, el giro final que permite a ‘Sospechosos habituales’ dar el salto del sobresaliente «raspado» al sobresaliente «alto» en el que termina acomodándose con holgura, máxime cuando en esos breves últimos planos en los que el intérprete se desprende del lastre de Kint y adopta los modismos de Söze, es como si estuviéramos viendo a dos personas diferentes.
‘Sospechosos habituales’, magistral engaño
El juego que en todo momento plantea la cinta con el espectador es lo que hace de ‘Sospechosos habituales’ el enorme filme que es…incluso después de haberla visto previamente. En contra de lo que cabría pensar, y como le pasaría pocos meses después a ese tremendo thriller de horror llamado ‘Seven’ (id, David Fincher, 1995), eliminado el factor sorpresa que supone el primer acercamiento a la cinta, ulteriores revisiones permiten, en ambos casos, dejarse llevar por la grandeza del cine que Singer o Fincher filman con espectacular pulso.
Y si antes citaba al asalto a la compañía de taxis o el impresionante arranque del tercer acto que es el golpe en los muelles, está claro que donde el filme da el do de pecho es en el momento en que se nos explica de qué diantres va todo el asunto: prodigio de montaje por parte de un John Ottman que siempre me ha convencido más en su trabajo como editor que sobre los pentagramas —especialmente en este filme, del que sólo destaca el tema principal—, el descubrimiento por parte del agente Kujan, y del público claro, del engaño al que se le ha sometido es un golpe de efecto que funcionó en aquella primera vez por la sorpresa y que lo sigue haciendo por la anticipación.
Pocas películas pueden vanagloriarse de que, aún conociendo como se conoce el pilar fundamental donde se sustenta todo, y tras incontables revisiones, sigamos asistiendo con sumo interés a todo lo que se va trasladando casi como si fuera la primera vez que lo hacemos. Y si después de veinte años ‘Sospechosos habituales’ sigue haciéndolo con la intensidad con la que lo hace, no es descabellado pensar que veinte años más no harán mella en él. Y en mi diccionario, eso es la estricta definición de un clásico, ¿no?.
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La noticia
Cine en el salón: ‘Sospechosos habituales’, el mejor truco del diablo
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Blog de cine
por
Sergio Benítez
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