‘El doctor Frankenstein’ (‘Frankenstein’, James Whale, 1931) y ‘La novia de Frankenstein’ (‘The Bride of Frankenstein’, James Whale, 1935) son las cotas más altas alcanzadas por la Universal en su famoso ciclo dedicado a los monstruos de terror más conocidos entre la audiencia. Salvo la incursión cómica con Abbot y Costello, el monstruo del Barón Victor Frankenstein no volvería a aparecer en pantalla hasta que en la productora británica Hammer se plantearon reescribir los films de la Universal.
La productora americana, que tenía buena relación con la británica —distribuyó algunos de sus trabajos—, puso como condición que la criatura no se pareciese a lo que Boris Karloff había logrado, y tanta fama le había reportado. Lo cierto es que tanto Terence Fisher —un maestro del horror, y el mejor director que ha tenido la Hammer— como Jimmy Sangster —que el año anterior había escrito el libreto de ‘X the Unknow’ (Leslie Norman)— tenían intención de apartarse completamente de lo visto hasta ese momento.
La película que lo cambió todo
‘La maldición de Frankenstein’ fue el primer gran bombazo de la Hammer, aunque otros títulos anteriores, como por ejemplo ‘El experimento del Dr. Quatermass’ (‘Quatermass’, Val Guest, 1955) habían cosechado un considerable éxito, pero a partir de la presente cuando todo se disparó. ¿La fórmula? Cambiar completamente de enfoque, realizando películas más viscerales que poéticas, aunque de esto también había, acentuar los componentes sangrientos y sexuales. Casi puede considerarse a la Hammer como la precursora del terror moderno, si es que tal cosa existe.
Peter Cushing y Christopher Lee ya habían participado juntos en algunas películas, pero ésta es la primera en la que comparten secuencias. Aquí nació una gran amistad y una muy estrecha relación profesional, convertida en numeroso films de corte fantástico que haría las delicias del aficionado. Dirigiéndoles, el gran Terence Fisher, en otra de sus demostraciones de síntesis, manejo de los espacios y las atmósferas, uso del color, y una imaginación asombrosa para utilizar el montaje de forma muy expresiva.
‘La maldición de Frankenstein’ se desarrolla en flashback. Un sacerdote acude a una prisión en la que está encerrado el Barón de Frankenstein (Cushing), que parece un loco fuera de sí, nadie cree la historia que va a contarle al ministro de Dios, al que recibe con algo de desprecio, no sólo él —al pasar, un preso de otra celda le pregunta al cura si ha venido para quedarse—. Uno de los sellos de la Hammer, la irreverencia religiosa, acertada en toda regla.
Frankenstein, un personaje malvado
Somos testigos de la infancia de Frankenstein, en cuya adolescencia y huérfano pero rico, ya muestra dotes de ser alguien muy inteligente, pero despreciable con la mayoría de la gente. Su tutor, Paul (Robert Urquhart) le enseñará medicina, y Frankenstein empezará a estudiar obsesivamente el misterio de la muerte, el poder crear vida a partir de un organismo muerto. Con el paso de los años, será presa de su propia obsesión, yendo el film mucho más allá de la premisa vista en otros films. Aquí Frankenstein es algo más que un científico obsesionado con su experimento, es un ser aberrante, cuya creación es su alter ego.
Frankenstein no sólo es capaz de llegar a al asesinato para conseguir los órganos que desea —el cerebro de un científico, las manos de un artista,…—, también se vale de la criatura (Lee) para librarse de aquellos que le amenazan, por ejemplo la criada con la que el barón le es infiel a Elizabeth (Hazel Court), y cuya infidelidad es mostrada con un brutal cambio de plano que va de Elizabteh diciendo que se casará con el barón a éste dándose el lote con su criada. Aquí Frankenstein es un canalla en todos los aspectos, lejos de la fidelidad del de la Universal.
Los elementos clásicos como el de la niña al lado del lago, o el ciego, que hacían despertar el lado sensible de la historia, son tratados aquí con total brutalidad. La criatura —un espléndido Christopher Lee, cuya apariencia sería homenajeada por Robert De Niro en la versión de Kennteh Branagh— no es en ‘La maldición de Frankenstein’ un pobre diablo del que compadecerse, es un ser malévolo, y que en cierto modo, representa el lado más oscuro del barón, como si fueran Jekyll y Hyde.
Síntesis
Si en los films de la Universal, el halo poético era bien visible, en el film de Fisher destacan los colores, los fuertes contrastes, la sensualidad, y una violencia descarnada ejemplar, muchas veces fuera de campo. A todo ello contribuye la excelente fotografía de Jack Asher, que creó escuela en la propia productora, y también el conciso montaje de James Needs, que ejemplifica el carácter sintético de Fisher, siempre directo y sutil al mismo tiempo, creando una especie de tensión y emoción visual sorprendente. Mil veces imitada, nunca igualada.
‘La maldición de Frankenstein’ coge la historia clásica y le da la vuelta. Elizabeth muere a manos del barón en un intento de deshacerse del monstruo —daños colaterales—, y propone algo insólito, el hecho de que todo lo narrado esté en la cabeza de Frankenstein, que no haya sido más que la mente enferma de un ser asocial, prepotente y despiadado, tal y como sugieren las secuencias finales, cuando el flashback ya ha concluido.
El final es totalmente abierto, o mejor dicho ambivalente. Frankenstein es conducido a la guillotina, y mientras ésta asciende, los títulos de crédito suben también, mientras la imponente música de James Bernard engrandece el momento. El éxito fue epectacular en todas partes del mundo. La Hammer tenía las cosas muy bien pensadas, y al año siguiente con el mismo equipo realizó una continuación, en el sentido literal del término. El universo de Frankenstein se expandió de forma inesperada y muy atractiva.
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La noticia Especial Frankenstein (I): ‘La maldición de Frankenstein’ de Terence Fisher fue publicada originalmente en Blog de cine por Alberto Abuín .
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