En el encuentro con el público tras el pase de la ópera prima de Raúl Arévalo, Pulido, psicólogo de profesión, rememoró cómo llegó al cine y desgranó la génesis de este título, que viene “de un debate que surgió en el bar de los padres de Raúl, a raíz de los casos de Marta del Castillo o Sandra Palo. Raúl se dio cuenta de que los familiares quedaban marcados por algo tan terrible”.

 

En Tarde para la ira Pulido fue más allá del papel que, en la producciones españolas, suele estar reservado a los psicólogos –“Cuando nos buscan desde el cine nos piden variables de personalidad, que definamos rasgos patológicos y así puedan desarrollar los personajes” – y a los guionistas –“La productora Beatriz Bodegas defendió que debía tener un rol más destacado” –, ya que “le dije a Raúl que íbamos a explicar por qué los personajes actúan así, dar verosimilitud al su comportamiento” y aprovechó sus vacaciones en la consulta para estar presente durante todo el rodaje.

 

 

Intuición y oficio

 

Uno de los desafíos de la cinta fue el personaje de José (Antonio de la Torre), que cambió constantemente durante el proceso. “Al principio pensábamos que al ser tan obsesivo, si de verdad no ha podido pasar página, tendría que tener patologías de tipo obsesivo o tener manifestaciones de ansiedad, pero se fueron quitando todas las partes de tics o maniobras de comprobación. Si hubiera dado muestras de enfermedad mental el espectador hubiera perdido empatía con él”, afirmó el guionista que reveló que el único rasgo compulsivo que conservaron es que “bebía mucho agua”.

 

Sin embargo, Pulido se ve “más ‘padre’ de Curro, porque lo considero más noble”. Sobre Curro tenía mucho que decir el actor que lo encarna, Luis Callejo, que se acercó a este protagonista “como alguien con principios, a pesar de todo, para el que lo más importante es proteger a su familia. No es un sicario ni un matón, es un tío de barrio que se ha curtido más o menos en la cácel”.

 

Aunque reconoce que en la interpretación tira “bastante de intuición y de oficio”, Callejo desveló que afronta a un personaje siempre “como abogado, lo intento defender; y también está la psicología en el proceso, intentando entenderles”.

 

 

Violencia sin moraleja

 

“Queríamos mostrar que no es una venganza fría y planeada desde el principio. José va haciendo cosas en función de lo que va encontrando.”, defendió el guionista, que cuenta que buscaron “una reflexión sobre la violencia sin ningún tipo de moraleja”. En los ocho años que tardaron en sacarla adelante, la película pasó de ser “mucho más tarantinesca” a buscar cada vez más el realismo. El hijo (2002), de los hermanos Dardenne es una de las influencias que señalaron.

 

Arévalo y Pulido redujeron los diálogos al máximo para que no fueran explicativos y no dijeran más que lo imprescindible, ya que “la fuerza de los actores hacía que no fuera necesario”.  También tenían claro cómo debían mostrar la muerte –“Cuando menos importante fuera, más explícita” – y consideran “un lujo” haber podido hacer la película “como Raúl quería” y tener la oportunidad de parar el rodaje durante horas para debati, si creían que algo no estaba funcionando.

 

Convencido de que “muchas de las historias que pasan en consulta no son verosímiles en los cines. La realidad no es creíble”, Pulido lidia ahora en las terapias con el hecho de que todos han visto la película ganadora de cuatro Goyas: “me dicen que soy muy retorcido y oscuro, pero por ahora no he perdido ningún paciente”, bromeó.

 

Tampoco abandona la faceta psicológica Callejo: “Mi profesión me regala terapia constantemente, si ya para el público sirve, imagínate recrearlo. La interpretación es terapeútica, casi mágica. Te cuenta cosas de ti mismo antes que al resto de la población”.

 

Con este pase se puso punto y final al ciclo ‘Cine y psicología: el cine como espejo y modelo de nuestra vida’, que la Academia de Cine programa en colaboración con el Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid. 

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