País: Francia
Dirección y guion: Céline Sciamma
Duración:120 min.
Música: Para One, Arthur Simonini
Fotografía: Claire Mathon
Reparto:
Adèle Haenel, Noémie Merlant, Luàna Bajrami, Valeria Golino, Cécile Morel
Sinopsis:
Francia, 1770. Marianne, una pintora, recibe un encargo que consiste en realizar el retrato de bodas de Héloïse, una joven que acaba de dejar el convento y que tiene serias dudas respecto a su próximo matrimonio. Marianne tiene que retratarla sin su conocimiento, por lo que se dedica a investigarla a diario.
Premios:
2019: Festival de Cannes: Mejor guión (Céline Sciamma)
Comentario:
Admirable el talento de Céline Sciamma para transmitir los sentimientos más profundos de sus personajes a través de la fijación de la cámara en un rostro que, a primera lectura parece imperturbable, impasible ante las circunstancias de su alrededor pero que, la fuerza y el lenguaje que rodea la insistente contemplación de sus personajes a través de sugestivas y cuidadas composiciones, nos hace descubrir la fragilidad, la fuerza interior y la complejidad que acompaña al alma humana.
Desde su primer film, Lirios de agua, Sciamma ha puesto de manifiesto su activismo militante en reflejar las dificultades que tienen en la normal integración y aceptación en la sociedad, aquellas personas con tendencia a amar a seres de su mismo sexo. Volvió a tratar el tema Tomboy (2011) en donde una chica adolescente, durante unas vacaciones de verano va descubriendo sus verdaderas tendencias sexuales y se hace pasar por chico ante sus nuevos amigos, cambiando de imagen al volver a su casa para que sus padres no descubran su doble y nueva personalidad. En Girlhood (2014) elpersonaje de Mariame, es otra adolescente que se siente agobiada por un sinfín de prohibiciones familiares y escolares, y huye de su entorno para cambiar su nombre por Vic, así como su modo de vestir, para formar parte de un grupo de amigas donde se mezclan la amistad y la libertad, pero también aparece la violencia. Como en las novelas de Colette, personajes que conviven con una personalidad dual.
En Retrato de una mujer en llamas sitúa la historia a finales del siglo XVIII, y la impregna de todo el halo cromático que los pintores nos dejaron de la época sobre los bucólicos paisajes, destacando la importancia estética que la figura femenina adquiere cuando aparece en ellos. En esa época, difícil para la vida de una mujer que aspira a ser libre y tomar sus propias decisiones, pero cuya posibilidad se le negará sin opción de debatirlas. La pintora y su díscola modelo, Héloïse, se encontrarán, sin que esta sospeche del encargo que le han hecho a la artista. La relación entre ambas es parca, durante un tiempo, seca, se hacen compañía mutua, aunque las intenciones de cada una son muy distintas. Hablan poco. Son dos mundos aislados que aparentemente viven en la introspección y que cada una se va convirtiendo en silenciosa observadora de la otra, la cámara las une o las separa con hermetismo, pero nos ofrece la posibilidad de participar en la interiorización de sus dudas, -como quizá solo la cámara de Ingmar Berman era capaz de hacerlo- de sus soledades y hasta del aroma de sus deseos ocultos. Todo realizado con una puesta en escena elegante, meticulosamente estudiada, en la que se intuyen el esmero del encuadre, la reproducción de un pequeño sonido o una fugaz nota musical, el vestuario, escenografía y, en el campo de la actuación, hasta las respiraciones por minuto de las actrices. En ese sentido, por su fuerza y su rotundidad, la escena con la que culmina la película me parece una de las actuaciones más intensas y redondas que he visto desde hace mucho tiempo.
Una película bella, narrada con la sensibilidad de quien conoce la profundidad del ser humano, alguien que es capaz de captar los sentimientos de alguien que vivió lejos de su tiempo, y sabe de la angustia que significa la necesaria contención de estos, o sea, obligación de negar lo más grande: el amor.
Pepe Méndez