Cuando se estrenó, allá por 1994, la potente visión de Kenneth Branagh sobre la inmortal novela de Mary Shelley, no fueron pocos los que, abotargados por el ímpetu que el cineasta británico imprimía, ya a su dirección, ya a su exagerada encarnación de Víctor Frankenstein, tacharon al filme de megalómano y rechazaron de pleno una producción que atesoraba no pocos valores a rescatar —la música de Patrick Doyle, por ejemplo.
Heredero de una larga estirpe de producciones centradas en el Prometeo moderno, el ‘Frankenstein de Mary Shelley’ (‘Mary Shelley’s Frankenstein, 1994) no sació las ganas de Hollywood de volver sobre la criatura creada de forma artificial, apareciendo de nuevo en infumables esperpentos como ‘Van Helsing’ (id, Stephen Sommers, 2004) o la más reciente ‘Yo, Frankenstein’ (‘I, Frankenstein’, Stuart Beatie, 2014).
Mejor en la caja tonta
Al nutrido grupo que conforman las cerca de tres decenas de títulos que se han acercado al texto de la literato británica vendrá este viernes a sumarse ‘Victor Frankenstein’ (id, Paul McGuigan, 2015), atronadora reimaginación de uno de los dos ejes de la novela de Shelley que, carente por completo de imaginación, viene a confirmar que ‘El caso Slevin’ (‘Lucky Number Slevin’, Paul McGuigan, 2006) fue un mero espejismo en la trayectoria para la gran pantalla de un cineasta que se ajusta mucho mejor al formato televisivo.
No en vano, al británico debemos tres de los episodios que hasta ahora nos ha ofrecido la asombrosa ‘Sherlock’ (id, 2010- ), cuatro horas y media de lo mejor que la «caja tonta» ha estrenado en esta década y que, no cabe duda, se encuentran detrás de la decisión de la 20th Century Fox de contar con él para poner en pie con la misma energía que derrochaba, por ejemplo, el magistral ‘Estudio en escarlata’, el guión con el que Max Landis adapta su propia historia «original».
Una historia que, con la Inglaterra victoriana de fondo, nos acerca a los «orígenes» —ahora que está tan de moda que se indague en los momentos en los que famosos personajes de ficción se convirtieron en lo que son— de Victor Frankenstein a través de la mirada de Igor, el ayudante de ojos saltones al que daba vida Marty Feldman en la hilarante visión de la historia de Mel Brooks y que aquí, con el rostro de Daniel Radcliffe, el libreto despoja de todo encanto para convertirlo en un personaje arquetípico.
‘Victor Frankenstein’, nada nuevo bajo el sol
Tanto, que ni siquiera la vehemencia que el otrora Harry Potter pone en insuflarle algo de vida es suficiente para que, comparado con el torrente que es el Frankenstein de James McAvoy, el personaje resulte mínimamente atractivo. También en la comparación con el centro alrededor del que orbita de un modo u otro toda la trama palidecen tanto el forzado interés romántico de Igor como el incombustible inspector de policía que recae sobre los hombros de Andrew Scott, el Moriarty del Sherlock televisivo.
Ahora bien, no quiero que os llevéis a confusión pensando que lo que logra McAvoy es de tal calibre que a saber cómo nadie ha sabido darse cuenta de la perla que encierra el filme en la forma de su interpretación. Para nada. Si el actor, que acumula ya muchos y muy reconocibles tics de papeles anteriores, se merienda a sus compañeros es más por demérito de éstos, y nada enmarca mejor tal afirmación que la soberbia aparición del siempre excelso Charles Dance, que en pocos segundos deja al protagonista a la altura del betún.
Contagiándose de la fuerte carga eléctrica del actor —o probablemente sea a la inversa, quién sabe— la dirección de McGuigan intenta denodadamente resultar tan efectiva y espectacular como lo fuera en la cinta protagonizada por Josh Harnett y Bruce Willis o, lo decía antes, en cualquiera de los episodios de ‘Sherlock’. Y aunque algún apunte brillante hay entre la sobreabundancia de piruetas imposibles de la cámara y secuencias llamadas a epatarnos por su vertiginoso ritmo, todo queda deslucido por lo abusivo del conjunto.
Un abuso que también empaña, aunque en menor medida, los esfuerzos de Craig Armstrong sobre unos pentagramas que aquí y allá leen correctamente las necesidades de puntuales instantes pero que, en términos generales, hacen gala de un sobreesfuerzo innecesario llamado a subrayar la aparente épica de secuencias como la de la creación, tan megalómana como aquella que para la que Doyle escribía uno de los mejores temas que ha compuesto a lo largo de su trayectoria.
Extenuante, ‘Victor Frankenstein’ entretiene a intervalos, sobre todo cuando el foco de la acción se centra en los denodados intentos del protagonista de crear vida de la nada o en su relación fraternal con Igor. Más allá de eso, ni las ideas que pretenden perfilar el trabajo de Shelley, ni todo aquello que cae en lo ridículo o lo cargante, ayudan a que las sensaciones que imprime la cinta sobrepasen un modesto aprobado. Quizás ya es hora de inventar nuevos monstruos y dejar de darle vueltas a algunos sobre los que me atrevería a afirmar, ya se ha dicho todo en la gran pantalla.
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La noticia
‘Victor Frankenstein’, ruidosa megalomanía
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Blog de cine
por
Sergio Benítez
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