Cuenta la leyenda que, hace unos años, estaba cantando “La Niña de los Peines” en un “colmao” de Sevilla cuando un aficionado, habida cuenta de que la actuación de Pastora no estaba siendo de órdago, se levantó y dijo algo no muy bonito acerca de ese recital. Así, al menos, me explicaron este cuento. La cantaora echó mano de su aguardiente y, a partir de ahí, picada por el improperio, lanzó su agónico cante al firmamento para deleite de los presentes hasta bien estradas las tantas de la madrugada. Federico García Lorca estuvo allí y habló, recordando la epopeya de la gitana, que fuera esposa de Pepe Pinto y hermana del gran Tomás (pilar fundamental de los cantes trágicos), de la extraordinaria capacidad de fantasía de la artista andaluza, sin duda una de las mejores voces femeninas, si no la más dotada, de toda la historia del flamenco.
Efectivamente, la capacidad de fantasía es condición relevante a la hora de crear. Sin capacidad de imaginar, no hay ni arte ni artista. Pero esta condición no es la única. La creación requiere mucho más. Especialmente, un mundo propio. Hay mucha gente que compone, que pinta, que canta, que filma, que esculpe, que escribe… Pero muy pocos son los que tienen en realidad una historia auténtica y suya que contar, un mundo propio, que es intransferible y personalísimo. De hecho, no hay ni un solo grande de la música, del cine, de la pintura, de la poesía o de la danza… que no nos haya transmitido, a través de su creación, su particular universo. Podemos estar de acuerdo o no con esa cosmovisión, pero el caso es que existe, y que es verdaderamente suya.
El arte es algo más que hacer visible lo invisible…. Por ejemplo, la melancolía… ¿Qué es, cómo describirla? Una posible descripción sería un pasaje de Satie, por decir algo. Pero el arte no es solo eso, es la incansable búsqueda de la belleza. Sin embargo, especialmente en Occidente, en los dos últimos siglos, buena parte de la creación artística, sea con universo propio o sin él, es una especie de contenedor de miserias humanas, una especie de estercolero emocional (con loables excepciones), que no tiene nada que ver con la gloria creativa de algunos de los creadores más inverosímiles de nuestra historia. En no pocas ocasiones, cuanto más inmundo es lo que subyace a la creación, mejor la admite el mercado, más apetitosa es para una clase de público (de derechas o de izquierdas, qué más da, es una división ridícula, pues la mayoría de la población está perfectamente de acuerdo en asuntos trascendentales y realmente horrorosos) que ya no busca en el arte nada “original” (que viene de “origen”, de puro, en cierto sentido), sino que se contenta con materia orgánica gruesa para los psiquiatras-brujos de la era del Prozac y el Tranxilium. El Signo de los Tiempos. La Era de Kali: la inversión absoluta de los valores, la confusión, el caos emocional elevado a su máxima potencia. Y todo en un mundo aséptico donde campan a sus anchas los asesinos de la inocencia.
Yo me quedo con el tiempo aquel en que ser artista no era pormenorizar tus perversiones personales en libros, canciones y obras de seudoarte falsamente escandaloso (¿de qué nos podemos escandalizar ya?), sino con el universo propio de buscadores de la Gran Belleza que dejaban sus vidas personales a un lado, fueran como fueran, inocentes o inquietantes, para trazar finísimos regueros de creación, a lo largo de toda una existencia, que ayudaban al alma humana a elevarse por encima de todo y de todos. Pues el arte, y especialmente las artes efímeras, tienen su origen en lo sagrado. Y su único fin en el principio de los principios era recordar al ser humano su origen verdadero (el del ser humano) antes de su caída en este pérfido abismo, cada vez más tenebroso, que es en lo que se está convirtiendo Europa (y todo el planeta). Yo me quedo con aquellos hombres y mujeres que utilizaron la creación artística, en cualesquiera de sus disciplinas, para ablandar nuestros corazones, para recordarnos que, más allá de lo que vemos, existe un no-visto paradisiaco en algún lugar de nuestra alma. La belleza de la Naturaleza, la belleza artística… son un reflejo de algo que realmente se nos escapa, que está más allá de todos nosotros. Un pequeño reflejo de esa Gran Belleza vale un tesoro. Si dan con él, no lo dejen escapar. Esos reflejos son hoy, más que nunca, una especie en extinción. Y como va todo tan rápido, si lo descubren en algún momento, no pierdan el tiempo ni la gracia del instante en intentar retenerlo en una foto para su cuenta en las redes sociales… Saboréenlo como se merece. No dejen escaparse ese tren. Ay, si Valle-Inclán levantara la cabeza…
Pedro Burruezo es compositor, cantante y director de The Ecologist
Foto: Pedro Burruezo (a la derecha de la imagen), junto al pianista Mon Roy y la violista y cantante Maia Kanaan, unos pocos minutos antes de llevar a cabo en Sevilla la presentación de su “Misticísssimus”
Foto: Pepe Montiel
La entrada A la búsqueda de la gran belleza. Por Pedro Burruezo aparece primero en nosolocine.
from nosolocine http://ift.tt/1pEikQM
via IFTTT