Es leer su título o escucharlo citado y seguro que a muchos de vosotros os vienen a la cabeza términos como «fiasco» o «desastre», palabras asociadas de forma indeleble al que fue uno de los mayores descalabros de la historia de la Universal y que puso la zancadilla al rápido ascenso que la trayectoria de Kevin Costner llevaba haciendo desde mediados de los ochenta.
Pero a la hora de juzgar a ‘Waterworld’ (id, Kevin Reynolds, 1995) hay mucho más que decir que, bien tirar de números y sacarle los colores a esta masiva propuesta que acarreó a las arcas de la productora la friolera de 172 millones de dólares —que pasaron a 235 con gastos de publicidad—, bien echar mano de las incontables anécdotas que trufaron un rodaje que fue, según muchos de los implicados en él, un auténtico infierno.
Y es que, accidentes, abandonos, reescrituras, inflados egos y desmedidos aumentos de presupuesto al margen —la cinta pasó de 100 millones iniciales a la cifra citada en el párrafo anterior—, atendiendo sólo a lo que compete al ámbito cinematográfico y valorando lo que ‘Waterworld’ postula dentro del género que es objeto de este ciclo, es de recibo aseverar que estamos ante una producción muy digna con algunas ideas tremendamente estimulantes que, eso sí, no fueron del todo bien expuestas en el montaje que llegó a los cines hace dos décadas.
Los montajes «Ulises»
Dos horas y quince minutos fue la duración del montaje que llegó a las salas españolas aquel 8 de septiembre de 1995. Un montaje al que se le puede acusar de una notable falta de ritmo en su tramo intermedio y que, en ciertos momentos, dejaba incompletos ciertos flecos acerca de ese mundo futuro en el que los continentes han desaparecido por la crecida de los océanos debido a la desaparición de las dos masas polares.
Dejando de lado la plausibilidad científica de tal hecho —si los polos llegaran a derretirse el nivel de las aguas del mundo sólo llegaría a ascender unos 60 metros— y que, aunque no se nos diga en qué año transcurre la acción, se sepa de forma aproximada que es alrededor del 2500 —haciendo imposible de todo punto la evolución genética que plantea el guión—, hay como digo en ‘Waterworld’ apuntes sobre sociedad de ese mundo futuro, o la religión que profesan los herederos de la Tierra que se desaprovechan sobremanera y que habrían añadido profundidad a una cinta que parece una gran broma.
Plagada como está de chistes —más desafortunados que afortunados, la verdad— y con un villano exagerado hasta decir basta que parece salido de un capítulo cualquiera de los ‘Looney Tunes’, ‘Waterworld’ conoció dos montajes sensiblemente diferentes que aumentan la duración de la cinta hasta cerca de cuarenta minutos más. Minutos que, desafortunadamente, poco trabajan en ese calado que hubiera sido necesario y que añaden información que, o ya se intuía en el metraje original —los esqueletos que se encuentran en la cabaña al final, por ejemplo— o resulta más o menos irrelevante.
De lo poco que salvaría de la adición citaría a las escenas que abundan en la vida del Exxon Valdez que es base de los Smokers y en cómo éstos obtienen los cigarrillos —una tontuna, cierto, pero curiosa a fin de cuentas— y ese final algo más extenso que os he incluido arriba en una versión de pésima calidad —todo sea dicho— en el que Enola y Helen descubren, cuando suben a lo alto de la isla para ver alejarse a Mariner en su nueva embarcación, que están en lo alto del Monte Everest.
‘Waterworld’, inicio, fin y lo que queda enmedio
No se le puede negar a ‘Waterworld’ que tras ese juego con el logo de la Universal y la enérgica exposición musical que James Newton Howard hace del acercamiento al trimarán del personaje de Kevin Costner, el primer acto de la cinta se pase en un suspiro y nos deje impresionados con el ataque de los Smokers al atolón al que va a parar Mariner y en el que se plantean los mimbres de la búsqueda de «tierra seca» sobre los que se va a construir el resto de la proyección.
El problema, el grave problema por momentos, es que, trascendido ese primer acto, ‘Waterworld’ se pierde en la inmesidad de las aguas por las que navega la embarcación protagonista: en un mundo en el que sólo hay líquido elemento hasta dónde alcanza la vista, el discurrir del tramo intermedio del guión se convierte en un episódico transitar por hitos que oscilan entre lo interesante —el descenso a las profundidades de Mariner y Helen—, lo prescindible o lo directamente lamentable que es, sin duda, el encuentro con el errante.
A que el trance se haga más soportable o aún más insufrible vienen a ayudar, en el primer caso, el trabajo de Kevin Costner y Jeanne Tripplehorn y, en el segundo, tanto Dennis Hopper como ese subalterno suyo que encarna Gerard Murphy, personajes como decía antes exagerados y cómicos que a cada nueva intervención hacen que nos preguntemos en qué diantres estaban pensando Peter Rader y David Twohy cuando escribieron el libreto —o lo mal que lo tuvo que pasar Joss Whedon en esas siete semanas en las que tuvo que reescribir hasta lo indecible.
Apuntando de nuevo, cómo no hacerlo, a una partitura de Newton Howard que no sólo se sitúa por derecho entre los mejores trabajos del compositor —los temas de acción son de una potencia asombrosa— sino que se alza indiscutible como lo único a lo que no puede ponérsele pega alguna de la producción; y admitiendo que la dirección tiene sus muchos momentos, concentrados, qué duda cabe, en las escenas de acción, es a partir del discurso de Deacon —atención al subrayado musical…impresionante— que ‘Waterworld’ recupera algo de músculo y vuelve a darnos su mejor faz.
Pero aunque así sea, y por más que ese espectacular asalto al petrolero base de los Smokers cuente con instantes sobresalientes, cuesta trabajo despertarse del letargo en el que nos ha sumido el tedio intermitente del acto central, y ni todo el artificio puesto para epatarnos es capaz de provocar que, toda vez se termina la función, nuestras sensaciones pasen de calificar con algo más que un «bien» a tan dispar entretenimiento.
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La noticia
Ciencia-ficción: ‘Waterworld’, de Kevin Reynolds
fue publicada originalmente en
Blog de cine
por
Sergio Benítez
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