Nada había visto salvo alguna foto suelta —cada día que pasa evito más ver los diversos avances que se ofrecen sobre cualquier producción cinematográfica—, y lo que estas transmitían no era suficiente para hacerse una idea de por dónde iba a moverse la que muchas voces se apresuraron a tachar en el momento de su estreno en Estados Unidos como «la peor película de 2016».
Cebándose las críticas sin piedad en el nuevo esfuerzo de Alex Proyas por recuperar algo del crédito que obtuvo con sus dos primeras películas y que tiempo ha agotó, lo cierto es que, como reza el titular, una vez vista ‘Dioses de Egipto’ (‘Gods of Egypt’, 2016) no entiendo tanto odio encarnizado contra una cinta que es un puro entretenimiento que huye raudo, desde su primer minuto de proyección, de pretender alzarse como una visión históricamente precisa.
Desprendiéndose dicha idea de lo que se había ido sabiendo de la cinta —pensándolo bien, al ver las imágenes previas uno sí podía imaginar que el rigor histórico era inexistente—, y dejando de lado estúpidas polémicas como el tono de piel de los protagonistas —ya que estamos, si tenían que ser todos de tez morena, que hubieran hablado en el filme en un antiguo dialecto, ¿no?—, que la película no sea ninguna maravilla no significa, ni mucho menos, que sí se alce el horror indescriptible que han intentado vendernos.
Épica masiva…muy masiva…la más masiva de todas
No se han cortado un pelo. Tan coloquial aseveración es la que asoma una y otra vez al pensamiento cuando uno comienza a asistir al masivo despliegue de espectacularidad visual que envuelve a ‘Dioses de Egipto’. Cierto es que, envuelto en un delirio digital digno del George Lucas de la trilogía de secuelas del universo Star Wars, en no pocas ocasiones deviene el filme en agotador, pero también que la imaginación que se ha puesto en el diseño de este particular Egipto es digna de encomio.
De hecho, llegados al momento de la cinta en el que visitamos la morada de Ra, es cuando uno puede apercibirse con toda certeza de que de historicismo nada de nada, que esto es una suerte de fantasy opera en la que lo que se busca de forma muy estricta es que el espectador no pueda aburrirse y que, para conseguirlo, todo vale.
Nada más parece interesar a los artífices del guión que el que el respetable no se remueva incómodo. Y a fe mía que, al menos con servidor, lo consiguen: la cinta NO para aunque para ello tenga que recurrir al síndrome del videojuego, con los protagonistas pasando niveles de un arcade de plataformas, enfrentándose a jefes finales cada vez más bestias antes de llegar a la madre de todos ellos y escapando en el último momento del derrumbamiento de la estructura de turno.
‘Dioses de Egipto’, festival camp
Envuelto todo ello como digo en una factura visual apabullante de una escala que se mueve a niveles absurdos, creo que la mejor forma de pasárselo bomba con ‘Dioses de Egipto’ es tomársela, no como una comedia no pretendida, sino como un festival de marcadas tonalidades camp en el que todo está exagerado hasta sus últimas consecuencias. Bajo esta premisa, valorar el filme bajo el mismo criterio que se haría con una producción «seria» es, huelga decir, un error de bulto.
Sí, las actuaciones son en términos generales mediocres; ya por defecto en el caso de su poco agraciado protagonista masculino —un guaperas llamado Brenton Thwaites que tiene menos carisma que un aguacate— o de un Nikolaj Coster-Waldau que no sabe darle el empaque suficiente a su Horus; ya por el exceso en el que incurre un Gerard Butler que, imbuido en el espíritu de Leonidas, lo dice casi todo gritando. Afortunadamente ahí están Geoffrey Rush o Elodie Young para poner algo de mesura…algo, tampoco creáis que mucho.
Sí, el guión es un cúmulo de lugares comunes, situaciones que sabemos de antemano como van a ser resueltas y giros inesperados que se ven venir a cuatro leguas —y aquí quizás lo más patético es la resolución del drama entre Bek y Zaya, los amantes mortales del filme—; la capacidad dramática del conjunto es nula y los diálogos son de un ridículo que roza lo insoportable en no pocas ocasiones.
Sí, haciéndose eco de todo ello, la dirección de Alex Proyas es exagerada hasta decir basta, pero funciona. La cámara da tantas vueltas que uno termina solicitando de la acción algo de calma, pero lo hace de tal forma que nunca se pierde de vista la claridad al narrar, un gesto muy de agradecer a un cineasta que, aquí y allá, deja entrever su yo pasado, ese que firmó ‘El cuervo’ (‘The Crow’, 1994) o la portentosa ‘Dark City’ (id, 1998).
Y sí, como no podía ser menos, lejos de encontrar un score de corte intimista, el trabajo de Marco Beltrami se deja llevar por la super-escala de la cinta y ofrece una partitura potente, que abusa de los metales y la percusión y que, aún así, resulta bastante disfrutable tanto en su audición en conjunción con las imágenes, como en una escucha aislada posterior que desvela matices —no muchos, pero matices a fin de cuentas— que se nos pasarán en la mezcla final con los efectos de sonido.
En resumidas cuentas, que sí, que ‘Dioses de Egipto’ no es, ni quiere ser, «la película de tú vida», pero —lo decía algo más arriba— su falta de pretensiones, su endiablado ritmo y el desenfadado tono que lo envuelve todo son garantías para conseguir lo que, a mi parecer, buscaba la producción y sus (ir)responsables: entretener a toda costa. Que algunos quieran exigirle más o busquen algo en ella que no es será, no cabe duda, manantial de frustraciones. A todos los demás un pequeño consejo: dadle una oportunidad refresco en una mano y cubo de palomitas en la otra, que la película lo pide a gritos.
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La noticia
‘Dioses de Egipto’, no era para tanto
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Blog de cine
por
Sergio Benítez
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