En los cuatro años que habían transcurrido desde su exitoso debut en la gran pantalla, las correspondientes entregas de las aventuras del James Bond encarnado por Sean Connery habían convertido ya al agente británico en uno de los personajes más rentables del séptimo arte. Y claro, el hecho de que 007 fuera, eso, un agente foráneo que triunfaba en tierras yanquis era algo a lo que había que poner remedio.
Y así fue como, en 1966, y bajo el auspicio de la Fox, nació Flint, un superespía con el rostro de James Coburn que lejos de pretender plantarle cara a su contrapartida británica, se planteó como una mofa de principio a fin de los más que reconocibles tics que las cintas de Bond ya habían marcado entre ‘007 contra el Dr.No’ (‘Dr.No’, Terence Young, 1962) y ‘Operación Trueno’ (‘Thunderball’, Terence Young, 1965).
‘Flint, agente secreto’, la película
El primero de ello, el marcado machismo del personaje, queda perfectamente planteado en las cuatro féminas que viven con Flint en total armonía, cada una dedicada de forma exclusiva a atender las diferentes demandas de un agente que, cuando empieza la cinta, se ha retirado de la profesión y no tiene ninguna pretensión de volver para tener que aguantar los envites del director de Z.O.W.I.E —acrónimo de Zonal Organization for World Intelligence and Espionage, algo así como Organización Zonal para la Inteligencia y el Espionaje Mundial.
Pero Flint tendrá que regresar a su estatus activo cuando una organización llamada GALAXY, comandada por tres científicos, pretenda cambiar el orden mundial para, mediante drásticas alteraciones en la climatología a escala global, acabar con la beligerancia de los gobiernos y llevar a la humanidad a una existencia más pacífica; algo que, claro está, no se puede permitir y que, a todas luces, supone otra de las bofetadas al universo de 007 en general y a SPECTRE en particular.
De hecho, la malvada entidad que daba nombre a la última e irregular entrega de Bond, es aquí citada de forma directa cuando las pesquisas sobre GALAXY llevan a Flint a un tugurio de Marsella. Unida a la aparición de un agente 0008 y a una novela que lee uno de los personajes protagonizada por dicho personaje —a la que se refiere como «poco creíble»—, otros detalles como los ineludibles gadgets del agente británico, aquí condensados en un mechero con 83 usos, ponen de claro relieve las intenciones cómicas de ‘Flint, agente secreto’ (‘Our Man Flint’, Daniel Mann, 1966).
Unas intenciones que deberían haber llevado a la cinta a la parodia pero que, no perseguidas hasta sus últimas consecuencias, la dejan en tierra de nadie: salvo algún chiste puntual, ‘Flint, agente secreto’ no tiene mucha gracia, y por más que James Coburn o J.Lee Cobb se esfuercen en hacer a sus personajes simpáticos y carismáticos, lo único que logran es evidenciar que el sentido del humor flemático del Bond de Connery es poco trasladable a una idiosincrasia yanqui a no ser que se exagere muchísimo más.
A medio camino pues de ninguna parte, las excesivas dos horas menos diez de metraje dan para que el filme, de forma consciente o no —nunca llega a quedar muy claro— vaya cayendo en ridículos de diferente entidad en lo que concierne, por ejemplo, a lo falso que se ve hoy a Coburn dando mamporros, o lo poco convincente que resultan tanto el diseño de producción como los efectos visuales.
Ahora bien, con una taquilla que multiplicará por cinco la inversión de los estudios, poco importaran a la Fox apreciaciones artísticas cuando, a la luz de su magnífica recaudación, ponga en marcha una secuela que, con el título de ‘F de Flint’ (‘In Like Flint’, Gordon Douglas, 1967) contará de nuevo con Coburn y Cobb en los papeles principales y volverá a ser, esta vez con menor repercusión y un descenso notable en cuanto a opiniones positivas, un éxito entre el público.
‘Flint, agente secreto’, música para un espía
Compositor de ambos filmes —del segundo, por cierto, no hablaremos por cuanto poco, muy poco, habría que añadir a lo ya comentado de su antecesor— el sonido con el que Jerry Goldsmith arropa al universo de Flint entronca a la perfección con el pretendido calado humorístico que quiere imprimirse a las dos producciones y que, como ya hemos comentado, se consigue a duras penas y de formas algo trasnochadas.
Como en tantas ocasiones sucedió a lo largo de la trayectoria del compositor, que las películas no estuvieran a la altura no quita para apreciar en lo que valen sendas partituras que, editadas por Varese Sarabande en un mismo compacto en 1998, trasponían en su audición el orden cronológico del estreno de los filmes acaso guiado por una decisión que atiende a la mayor calidad que el maestro demostraba para la secuela, con un tema principal mucho más trabajado que el de la primera parte y un conjunto de mayor compacidad.
Ligera, con claros coqueteos con el jazz que tanto influyó al músico en estos primeros años y notables influencias —¿o cabría afirmar que son apuntes de talante burlesco?— del sonido que John Barry había desarrollado en las cuatro bandas sonoras de las cintas de Bond, las músicas de ‘Flint, agente secreto’ y ‘F de Flint’ apuntan, de nuevo, a la camaleónica personalidad de un artista que, para la siguiente producción en la que se verá implicado, seguirá calzándose los zapatos de la comedia.
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Jerry Goldsmith | ‘Flint, agente secreto’, de Daniel Mann
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por
Sergio Benítez
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