Sin mucha publicidad Johnny Halliday actuó anoche en el Liceo de Barcelona con el cartel de completo. Las entradas de platea costaban 180 euros y de ahí bajando el precio conforme subían los pisos del local, hasta un total de cinco.
No sabiamos mucho lo que nos ibamos a encontrar. Halliday, de 72 años, habia tenido problemas de salud recientes. Pero al enterarnos que volvía a la carretera, muchos barceloneses nos pusimos las pilas para conseguir la entrada. Parece ser que los conciertos previos al de Barcelona, también se llenaron.
En la actuación de anoche en El Liceo, el cincuenta por ciento de espectadores eran franceses residentes, o de paso, en Barcelona. El resto viejos rockeros y también mucha gente joven, que no se lo que buscaban. Seguramente lo que encontraron: una buena sesión de rock and roll, de dos horas, en estado puro. La antítesis de la música electrónica.
Halliday dió el callo durante todo el concierto, siempre fue uno más de la banda, compuesta por un bateria y un guitarra acustica buenos, un bajo, una guitarra ritmica de calidad y un piano. En total eran quince. Había cuatro vientos y cuatro coros, todos de color negro. Sin olvidar al que tocaba la armónica, que enlazaba los temas, acusticos, de percusión, de viento y cantados.
Fue “El gran show de Johnny Halliday”. Naturalmente la estrella era él, y continuamente se oia por el teatro Johnny Johnny. Y ahí se encuentra lo más curioso: En ningún momento fue de divo. Era uno más del grupo. Pantalones de cuero negro, camisa negra, que cuando se la desbrochó pudimos ver un gran crucifijo colgando de su cuello, y muchas pulseras en sus brazos tatuados. En las dos horas de concierto solo se cambió una vez de camisa, por el sudor.
Con una voz, que para sí quisieran muchos, empezó a desgranar versiones rockeras de los años sesenta, su especilidad de siempre. Desde “La casa del sol naciente” hasta “Popotitos”. En la gunda parte –sin interrupción- cantó temás franceses, algunos difíciles de reconocer. Pero daba igual, era solo rock & roll y nos gustaba.
Las dos veces que desapareció del escenario, para descansar y cambiarse la camisa, nos entretuvieron, y bien, los vientos, los coros, el piano y el de la armónica, que tocaba como los ángeles.
Johnny Halliday, leyenda viva del rock europeo, ha vendido 100 millones de discos, ha actuado delante de 15 millones de personas y ha obtenido 18 discos de platino. Todos quedamos contentos con “el soma” que nos ofreció el concierto. Espectacular y a la vez íntimo. Un Johnny Halliday cercano, que parece ser que en el 68 ya había actuado en BCN, en un visto y no visto.
Ayer en El Liceo confirmó su gran categoria de cantante de rock. Después de esto no seria de extrañar que lo volvieramos a ver en Cap Roig, Pedralbes o en cualquier otro festival de los muchos que proliferan en verano.
Como la mayoría de cantantes Halliday también ha hecho cine, con la diferencia de que él lo ha hecho bien. Baste recordarle en “El hombre del tren” (Patrice Leconte. 2002), un mano a mano con Jean Rochefort.
Al final será verdad aquello de que “Los viejos rockeros nunca mueren”
Carlos Mir
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