(La mujer que sabia leer)
Título original: Le semeur
Año: 2017
Duración: 98 min.
País: Francia
Dirección: Marine Francen
Guion: Marine Francen, Jacqueline Surchat, Jacques Fieschi
Música: Frédéric Vercheval
Fotografía: Alain Duplantier
Reparto
Geraldine Pailhas, Pauline Burlet, Iliana Zabeth, Alban Lenoir, Françoise Lebrun
Sinopsis
Violette está en edad de casarse cuando en 1852 su pueblo es brutalmente privado de todos sus hombres tras la represión ordenada por Napoleón III. Las mujeres pasan meses en aislamiento total. Desesperadas por ver a sus hombres de nuevo, hacen un juramento: si un hombre viene, será para todas. La vida debe continuar en el vientre de todas y cada una de ellas.
Criticas:
Una atrevida y preciosa historia que la debutante Marine Francen cuenta con valentía, alejada de ñoñería en que hubiese podido caer dado el planteamiento del tema, hermosísimas y poéticas imágenes con las que nos hace revivir una relación con la naturaleza, y a la vez, duros trabajos en los que se desenvolvían los campesinos (campesinas, en este caso) de un perdido pueblo de Francia a mitad del siglo XIX.
Creo que no era un reto fácil el desarrollo de esa historia, pues hubiera podido caer en la sensiblería, en la provocación o en un exceso de recreación de sexo, dado que el tema puede dar fácilmente para convertirse en una película erótica, pero la sensibilidad de Francen nos ha regalado una serie de imágenes que nos hacen hermanarnos con la naturaleza y la relación de pura vida humana con esta.
Las imágenes nos despiertan emotivamente el valor de las cosas esenciales, puras; la trasparencia del chorro del agua cristalina mientras una moza llena su cántaro, las hoces segando el trigo, el horizonte colorido de la mies ya madura con todas las mujeres preparadas para su recolección, el personaje principal bañándose en el pequeño lago con la sospecha de que alguien le está observando, y ese alguien la estuviese rodeando con sus brazos como hacen las frías aguas. Todos los planos de la elaboración de los trabajos domésticos en ese pueblo de alta montaña están impregnados de sensualidad, captados con ojos que han sabido visualizar esa época como hicieron cincuenta años después los pintores impresionistas con los paisajes y sus modelos.
Después están las relaciones sociales, en las que se habla de intimidades y sentimientos, como un juego íntimo natural juvenil, pudoroso y a la vez descarado, desprovisto de malicia, que fluye con fuerza desde el fondo de la más pura esencia de la vida, y que el ser humano lo ha domesticado y racionalizado culturalmente. En este caso las generaciones de mujeres mayores bajo las que están tuteladas las adolescentes asumen lo que estas deciden con toda naturalidad y sin oposición como una esencia que surge de la tierra.
Una espléndida película llena de belleza, sensibilidad, descaro y ternura.
Pepe Méndez