Los Oscar no han sido del agrado de todo el mundo, como es natural (las películas que ganan Oscar sólo son apreciadas mucho después, y algunas ni entonces). “Brooklyn” y “La habitación”, recién estrenadas, tampoco han gustado a todo el mundo, aunque la segunda casi, casi. De los Oscar, yo me quedo, y es un decir, puesto que estará ya en la repisa de su casa, con el de Brie Larson (aunque casi hubiera preferido a Saoirse Ronan), el de Alicia Vikander (aunque me gustaba más Rooney Mara) y el de “Del Revés”. Y flipo de la seriedad y madurez de la Academia de Hollywood que no se ha cubierto de caca dándole el Oscar secundario a Stallone por simpatía, y se lo ha dado por justicia al espía ruso Mark Rylance. Lo de mejor película para “Spotlight”, pues bueno. A mí no me molesta especialmente, porque, en realidad, ya muy pocas cosas me molestan especialmente….
Empezamos la pesca crítica con “Brooklyn”
Y no puedo estar más en desacuerdo que con este modo de ver “Brooklyn” de Javier Ocaña, que la considera “académica” en el mal sentido, complaciente, poco personal, acomodada, previsible… Nada es sorprendente, dice, salvo la actitud de la protagonista ante su ida y vuelta a Irlanda, y escribe: “la visión del amor como un camino hacia lo confortable y no hacia lo verdaderamente pasional. Una teoría que habría hecho la película más equívoca, y quizá más trascendente y compleja”. Supongo que Ocaña se refiere como confortable su vuelta al amor inmigrante, pero nada hay tan confortable como la propia casa de uno. No sé, no lo acabo de entender.
Aunque yo, a quien mejor entiendo es a mí mismo; y esto escribo en ABC:
Es un retrato amable, lleno de dulzor y amargura, plasmado con gusto cromático y emocional por un cineasta sin ínfulas, que le permite a las dos grandes estrellas de su película, la emoción y Saoirse Ronan, adueñarse de cada una de las escenas sin que la cámara o el sello del director pretenda entrometer un adjetivo mejor. A eso suele llamársele «clasicismo», y es tanto una moneda en desuso como un bono seguro en las manos de quien mira la pantalla desde una butaca de pago.
Y también entiendo a Sergi Sánchez, que le pone unas pegas (para mí absurdas) a la película, a la que acusa de no mostrar ningún conflicto político, social o racial en aquel Brooklyn de los años cincuenta. Esto va a ser, digo yo, que Crowley no ha hablado antes de organizar la historia que quiere contar con Spike Lee, o con Will Smith, o con Willy Toledo… En fin, ¿cómo se puede hacer una película sobre los estados Unidos y una irlandesa recién llegada sin hablar de los conflictos raciales y sociales?…
Y es Salvador Llopart en La Vanguardia el que contesta a las pegas de Sergi:
Nueva York no existe, ni su mítica tampoco. Sólo Brooklyn,… Se santifica Brooklyn como lugar de acogida…
Y llegamos a Helena García en Nosolocine, que es la que hace la mayor y mejor aportación a esta película (entre otras cosas nos desvela cómo coño se pronuncia Saoirse):
Una de las mejores cosas que tiene “Brooklyn” es el adorable acento de Saoirse Ronan (y del resto del equipo irlandés) por lo que es una obligación visualizarla en versión original. Verla doblada sería casi pecado. Por cierto, el nombre de esta joven promesa del cine se pronuncia “Sersha”. Es lo que tienen los nombres celtas, que poco o nada tienen que ver con el modo en cómo se escriben.
Cambio de película, y leemos una interesante apreciación de Jordi Costa sobre “La habitación”:
Se estructura en dos partes muy diferenciadas, cuya respiración se corresponde a la transformación del lenguaje corporal de Jack: radiante en su prisión, frágil en el afuera.
Y otra que no comparte la Academia de Hollywood:
La labor de Brie Larson como la madre protectora es más que notable, pero la película es del joven Jacob Tremblay.
A Sergi Sánchez, “La habitación” le parece pluscuamperfecta, y sólo le pone la pega de la música omnipresente y empalagosa. Y ha visto en ella algo de Truffaut y “El pequeño salvaje”, igual que Salvador Llopart, que también lo subraya.
En cuanto a mí, pues he señalado algo muy distinto, pero que también han visto otros cientos de miles de críticos de todo el mundo, pero qué le vamos a hacer:
El director, Lenny Abrahamson, refleja ese confinamiento desde el punto de vista del pequeño Jack, con lo que lo sórdido de la situación está empañado de misterio, fantasía y cuento maternal (en cierto modo, el mismo ungüento de «La vida es bella», de Benigni), y sólo perturbada por las apariciones del viejo Nick.
Y por fin hemos llegado al día en el que se ha resuelto el gran dilema de nuestro presente, y no me refiero a la sesión de investidura dura, sino al temita de los Oscar. Hasta el próximo año ya nadie se decepcionará con ellos.
Oti Rodríguez Marchante
@OtiRMarchante
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