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Guédiguian y Gurriarán, que mantienen una relación de amistad casi fraternal, presentaron en la Academia de Cine esta producción en la que el cineasta francés aborda el genocidio armenio “y todos los demás conflictos y luchas armadas de este mundo. El objetivo de las películas es partir de un hecho concreto para lograr algo universal”, declaró el autor de Marius y Jeannette, Marie-Jo y sus dos amores y Las nieves del Kilimanjaro.
 

En 2015, año del centenario de estos acontecimientos históricos vio la luz Un historia de locos, filme que se sumó a los homenajes, actos y conferencias, libros y documentales que recordaron los sucesos de hace un siglo, tanto en la pequeña República de Armenia, situada en el Cáucaso sur, entre Asia y Europa, como en todos aquellos países donde viven armenios o sus descendientes. «Poco a poco se ha ido avanzando, varios países europeos han reconocido oficialmente el exterminio armenio, también el Papa Francisco. Nosotros –su progenitor era armenio– lo denominamos el centenario del no reconocimiento porque, aunque los turcos tienen mayor conocimiento sobre estos sucesos gracias a Internet, en Turquía está prohibido hablar de ello y sigue negando que hubiera un genocidio»,  declaró.
 

Por su origen y su historia personal, Guédiguian se ha centrado en el pueblo de sus  antepasados en Viaje a Armenia, El ejercito del crimen  y Una historia de locos, trilogía que no descarta que se convierta en una tetralogía. «Tengo que sentir la historia para hacer una película», manifestó este personal e intuitivo cineasta europeo, que acaba de rodar un filme «muy próximo a un autor que releo continuamente, Chévoj».

 

 

Su propia identidad

 

La batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo, influyó en la que es la última obra de Guédiguian, que entendió que tenía que poner en imágenes la lucha contra el olvido de un pueblo cuando notó la importancia que cobró la cuestión de identidad en Francia. «Se puso de moda la palabra identidad desde un punto de vista regresivo, incluso integrista, por lo que empecé a afrontar mi propia identidad», indicó este autor que expresa su compromiso político en el cine, contando la vida en las fábricas, supermercados, barrios humildes y la zona portuaria de su ciudad, Marsella. «El cine no puede ser solo el tema que trates, debe tener calidad, intriga, una historia, unos personajes, y hacernos reir, llorar, conmover…Si tiene todo esto funciona, y si funciona toca a la gente”, indicó.

 

A Guédiguian le dejó «atónito» la historia de Gurriarán, a quien la explosión de una bomba colocada por el Ejército Secreto para la Liberación de Armenia en Madrid, en diciembre de 1980, le cambió la vida: «Su actitud fue asombrosa, intentó comprender y quiso conocer a los hombres que habían puesto la bomba».
 

«El conocimiento de la verdad me dio comprensión por este pueblo. Soy pacifista y lo seguiré siendo. He tenido mucha suerte de encontrar a Robert, me siento muy bien representado en su película», manifestó Gurriarán. Ni para él ni para para Guédiguian, que fueron recibidos con sentidos aplausos por todos los armenios residentes en España que asistieron al encuentro, nunca el fin justifica los medios.

 

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