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Muy emocionada, Carnicero, que tuvo un recuerdo para la recientemente desaparecida Chus Lampreave, alusión que provocó calurosos aplausos de los asistentes, relató que tenía guardadas las cintas que grabó del que fue Goya de Honor 2006. «Hasta hace poco no he sido capaz de escucharlas. No era un hombre que contaba sus hazañas, pero en los últimos años empezó a soltarse con Marcos Ordoñez, con Víctor Matellano…Me piqué y le dije: cuéntamelo a mi».

Y en los atardeceres de un verano, en su casa, Villalba empezó a hablar y Sol Carnicero registró todo lo que contaba este productor con un currículo de vértigo (Mr. Arkadin, Rey de reyes, Lawrence de Arabia, Doctor Zhivago, Orgullo y pasión, Moby Dick, El Cid, Espartaco, Camelot y todas las producciones de Samuel Broston). Unas grabaciones que Carnicero archivó hasta que se ha decidido a publicarlas.

«Cuando conocí a Tedy hace cuarenta y tantos años, vi a una persona íntegra, coherente, seria y trabajadora, lo que yo quería ser en la vida. Su defecto, que yo he heredado, es que por encima de todo estaba el cine». Avisó Carnicero que su obra no era literatura -«no soy tan buena escritora»- y tampoco historia -«para eso están los historiadores»-, sino que era un ejercicio de memoria sobre un hombre que comenzó su carrera en las superproducciones de Hollywood que se rodaban en España en los 50 y 60, años en los que eran muy pocos los elegidos por las compañías extranjeras.
 

De esas décadas destacó «la ingenuidad de la gente que trabajaba en el cine en esa España triste y sórdida. El cine era color, había ganas de trabajar, se conocía a mucha gente…», añadió. Un segundo padre y una maravilloso cocinero Carnicero estuvo arropada por el director general de la Academia, Porfirio Enríquez, que abrió el acto que se celebró en la institución «por la que dio tanto este hombre tan especial»; la actriz Andrea Bronston y el cineasta Jaime Chávarri.

Samuel Broston, con el que trabajó 15 años, dejó huella en Tedy Villalba, que fue buen amigo de su hija Andrea. «Tedy fue mi segundo padre, me enseñó a respetar el cine y a darme cuenta de lo importante que es esta profesión», declaró la actriz, que no pudo contener las lágrimas al evocar al productor todoterreno. Jaime Chávarri, que definió el libro como «una conversación íntima de una pareja», recordó que Villalba habló en su favor a algún que otro productor «conflictivo, a los que, con su experiencia en el complejo mundo de la producción, convenció de que mi película merecía la pena». Lo que empezó siendo una relación profesional se amplió a lo personal, manifestó Chávarri, para quien Villalba era, además, «un cocinero maravilloso».

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