La Academia colgó el cartel de aforo completo en la que fue la cuarta sesión de ‘Cine y psicología: El cine como espejo y modelo de nuestra vida’,una jornada que, realizada en colaboración con el Colegio de Psicólogos de Madrid, ofreció esta producción que para su autor fue  “un ejercicio de reflexión sobre la importancia de la adolescencia en la vida. Nada más acabar el corto Sueños tuve la inquietud de profundizar en esa etapa y también de hablar de la tercera edad, la soledad, la culpabilidad, la amistad…”, destacó este realizador que dedicó diez años de su vida a esta película “intergeneracional” de segundas oportunidades de la que hizo 36 versiones de guión. 
 

“Los guiones no los escribo yo, los escribe la vida”, apuntó este adepto de Michael Haneke –”Le admiro por la disección que hace del ser humano, tiene un bisturí…”– que cree en la imaginación y en la creación de personajes, “pero si el material que planteas lo has vivido, puedes conectar más con el espectador, empatizar de otra manera. Cuando me preguntan si A cambio de nada es verdad o ficción, contesto que todo tiene que ver conmigo, que habla de mi vida”. 
 

El efecto terapéutico del cine. Aunque confesó que ha sido un psicólogo “muy caro porque he estado inmerso diez años y ha costado más de dos millones de euros”, A cambio de nada  ha sido un proceso “en el que he encontrado muchas respuestas. Me ha servido para entenderme mejor a mí y también a los demás. En la escritura y en el montaje, que me llevó más de un año, y eso no es muy sano, descubrí muchos aspectos de mi personalidad”.

 

Verdad y autenticidad 

Guzmán buscaba “verdad y autenticidad, que en la pantalla hubiera vida” en esta película que se ha exhibido en numerosos festivales, escuelas y centros de menores. “Entiendo el cine como herramienta educacional, para plantearte y cuestionarte cosas”, declaró este cineasta “cabezón y perfeccionista” que cambió la vida del joven Miguel Herrán. 
 

“A Miguel le tocó la lotería sin jugar. Había visto a más de 1000 chavales y un día, saliendo del teatro, pasó delante de mí con dos amigos y fue su mirada, una mirada en la que había nobleza, una luz especial, dolor y soledad. La primera prueba que hizo fue terrible, la segunda todavía peor y a la tercera no apareció, momento en el que me dije que Miguel era el personaje”, recordó el cineasta, que se emocionó al rememorar la noche en que el actor debutante alzó el Goya. “Era Miguel pero me veía a mi. Dijeron su nombre, y yo oí el mío. Fue muy bonito”.
 

Su condición de hijo único le llevó a inventarse amigos y a desarrollar la imaginación. Y el que fue un adolescente “inquieto y curioso”, boxeador y grafitero antes de ser actor, sigue siendo un “buscavidas”. Se buscó la vida en la calle, y ahora se la busca detrás y delante de la pantalla y en el escenario.  

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