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Con una memoria envidiable –contaba que en el mundillo se decía “si tienes una duda, pregunta a Gil”, sobre todo si la cuestión aludía a la cultura hollywoodiense–, el artista asturiano continuó investigando y estudiando otras épocas y lugares hasta el último momento de su vida, una existencia en la que atesoró numerosos premios –el último en incluir en su extensa lista fue el Ricardo Franco, galardón que concede el Festival de Málaga y la Academia de Cine destinado a los técnicos–.

Dos Oscar –el primero fue por Patton, en 1970, y un año después por Nicolás y Alejandra– y cuatro goyas –Canción de cuna, You’re the One, Tiovivo c. 1950 y Ninette, firmadas por José Luis Garci– son solo una muestra de los numerosos galardones que recibió este veterano profesional que siempre trabajó “para hacer las películas lo mejor que sé. Los premios, si vienen, pues encantado, porque todos me han emocionado y los he agradecido mucho”.(Tenía muy presente el primero que recibió. Fue por Jeromín. “Fue emocionante. El primer Oscar fue también muy importante, y también la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes que me entregaron los Reyes en el Museo del Prado, un templo al que iba de niño con mi padre, que me explicaba los cuadros. Lo que nunca pensé que tendría es una calle con mi nombre en Luarca, donde nací. La placa está en el lugar donde aprendí a andar”, explicaba.(

 

‘La Divina’, Katherine Hepburn y Sara Montiel

 

Quería ser pintor y se educó en la Escuela de San Fernando, donde estudió dibujo y arquitectura. “Siempre he dibujado, el lápiz es mágico”, pero se impuso el cine, las películas que le hacían olvidarse de la realidad y le llevaban a otros mundos. “El cine me sigue haciendo soñar, soy un gran espectador, aunque ahora voy menos a las salas”, manifestaba este creador que en 1939, en los estudios de Aranjuez, conoció al decorador alemán Sigfrid Bürmann. “Hicimos juntos muchas películas y obras de teatro. Fue mi universidad. Bürmann me enseñó a disfrutar en este oficio, nunca he sufrido trabajando. Yo no soy de dar consejos, pero no funciona querer estar en este mundo por lo que tiene de glamouroso. Hay que amar el cine porque hay que trabajar muchísimo”, decía. En los más de 75 años que se dedicó a su pasión no se arrepintió “ni un solo día” de lo que ha hecho. Su cariño al cine permaneció intacto. “Me ofrecieron dirigir películas, pero soy feliz haciendo lo que hago, siempre me he divertido mucho y no me cambiaría por nadie ni por nada. Soy optimista, veo siempre la botella casi llena y he tenido suerte, no solo profesionalmente, también por la familia que tengo”, declaraba este artista que creó espacios para George Cukor (Viajes con mi tía), Stanley Kubrick (Espartaco), Orson Welles (Mr. Arkadin), Anthony Mann (La caída del Imperio Romano, El Cid), Nicholas Ray (55 días en Pekín, Rey de reyes), David Lean (Lawrence de Arabia y Doctor Zhivago), Richard Lester (El regreso de los mosqueteros, Robin y Marian), Robert Rossen (Alejandro Magno), Stanley Kramer (Orgullo y pasión), José Luis Garci (el director con el que más veces colaboró), Mario Camus, Antonio Mercero, Pilar Miró, Carlos Saura… “No sé cuantas películas, 210, 215… Tengo una lista y cada vez que la repaso, crece. Me he relacionado con más de cien directores, y solo con dos, un español y un americano, no me he entendido. Sus películas eran buenas, era una cuestión de carácter, de cómo se relacionaban con el equipo”, recordaba.(¿Y con los actores? “Son lo mejor de la película, y si ellos están mal… Hay que creerse al personaje, de lo contrario, no vale”, afirmaba Parrondo, que entre sus estrellas favoritas citaba a Greta Garbo, ‘la Divina’; Katherine Hepburn, “un milagro”; Imperio Argentina y a Sara Montiel. “Era bellísima, con una voz, una personalidad…”.

 

Lápiz y papel

 

El maestro nunca dio importancia al hecho de haber sido, hasta que Almodóvar ganó el suyo por el guión de Hable con ella, el único español con dos premios de la Academia estadounidense. No recogió ninguno de los dos “porque estaba trabajando. Cuando me nominaron por tercera vez –Viajes con mi tía– tenía todo listo para ir. Al final no pude porque tenía una película, y menos mal que no fui porque el premio fue para Cabaret, un filme maravilloso”. Objeto de varios libros y del documental Gil Parrondo, desde mi ventana, este decorador de cine, que en un año participó en 12 películas, solo dijo no “cuando estaba agobiado de trabajo o las propuestas eran de mal gusto”, apostillaba el nonagenario decorador, a quien la búsqueda de los detalles le producía “un gran placer”.

Tenía en Doctor Zhivago, donde convirtió el madrileño barrio de Canillas en Moscú, su filme favorito y en algunas de las escenas de El abuelo y Las adolescentes sus decorados “perfectos”. Confesiones de un artista al que la tecnología le era “ajena. No estoy en contra de los efectos digitales, es que no he encontrado ese camino”. Lo suyo fue crear lo imposible y viajar a cualquier lugar con un lápiz y un papel.

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