Vais a pensar que me repito como yo solo, pero no se me ocurre una manera más apropiada de comenzar la entrada de hoy que hacer mención a las reflexiones iniciales que vertí hace poco, también en este espacio dedicado al cine de «dibujitos», cuando hablé sobre ‘El guardián de las palabras’ (‘The Pagemaster’, Joe Johnston y Pixote Hunt, 1994).
Decía entonces, y digo ahora, que sin haber visto la cinta en su momento, ni en los años que han pasado desde entonces, la referencia que tenía de la misma era la fantástica partitura compuesta a la sazón por James Horner. Una banda sonora escuchada hasta la saciedad durante dos décadas que, antes de la primera mirada que hace unos días vertía sobre ‘Balto’ (id, Simon Wells, 1996) afirmaba con precisión de lo ecléctico del filme.
Música todoterreno
Épica y cómica, vibrante y evocadora, la música de James Horner para ‘Balto’ es una muestra inequívoca y espectacular del grado de implicación que el desaparecido compositor lograba con sus músicas: por más que se le pudiera llegar a criticar el abuso de sus ya legendarios «parabarás» y lo reiterativo de ciertas fuentes de inspiración que llegó a agotar —el adagio del Gayaneh de Jachaturián, por ejemplo—, lo que creo resulta incuestionable es la agudeza que tenía el compositor a la hora de dar con el sonido inequívoco de cada película a la que se acercaba.
Y eso es palpable de forma plena en ‘Balto’ y en las muchas direcciones en las que el filme de Simon Wells va disparando a lo largo de su metraje, contraponiendo por ejemplo a la sensibilidad asociada al personaje de esa niña enferma de difteria que morirá si no llegan unas medicinas a tiempo, la comicidad con la que se subrayan las apariciones de Boris, el ganso amigo de Balto, de los osos polares Luk y Muk o del trío de perros que parecen querer imitar en cierto modo a la terna de hienas de ‘El rey león’ (‘The Lion King’, Roger Allers y Rob Minkoff, 1994).
Es el eclecticismo que vemos reflejado en los pentagramas de Horner la cualidad más notoria —ni buena, ni mala, simplemente notoria— que atesora una cinta que, cuando es buena, convence sin necesidad de grandes esfuerzos, pero que cuando pretende aludir al paréntesis de edad al que se suponen van dirigidas las cintas de animación, echa por tierra los esfuerzos conseguidos en hacer de ella algo diferente.
‘Balto’, muchos dardos, contadas dianas
La forzada inclusión de los animales «graciosos», que poco aportan a la trama —poco en el caso de los osos, nada en el del trío de canes—, contrasta sobremanera con la vertiente más dramática del metraje o aquella que dirige su mirada a construir una lección sobre la aceptación de uno mismo en la figura de un protagonista que, medio perro, medio lobo, deberá asumir su parte más salvaje si quiere lograr salir airoso de los peligros que rodean a la misión de hacer llegar las medicinas al pueblo de Nome.
Sucumbiendo asimismo a la innecesariedad de contar con la figura de un villano —tan ladino y cobarde como Scar…otra similitud para con la cinta de Disney— para que, en oposición al «malo», la nobleza y bondad de Balto queden expuestas de forma aún más evidente —no vaya a ser que los chavales carezcan de sutileza— si ‘Balto’ emociona, y lo hace —aunque sea en instantes muy puntuales—, es tanto por la honestidad bajo la que se arropa en esos instantes en los que el drama no queda tapado por nada, como por la épica que citaba anteriormente y que tan bien recoge el score de Horner.
Ningún momento es tan espectacular en ese sentido como aquél al que acompaña el corte ‘Heritage of the Wolf’, cinco minutos de la mejor música que compuso el artista, que se entrelazan con la belleza y poesía visual con la que Wells —el bisnieto de H.G.Wells— y el equipo de animadores plasman el instante en que el perro acepta al lobo que lleva dentro y que exponen, mejor que ningún otro momento de la partitura, el maravilloso motivo asociado al protagonista.
Quizás en términos de animación ‘Balto’ no raye a una altura considerable y se encuentra, no cabe duda, por debajo de aquellos dos títulos en los que Amblin se asoció con Don Bluth durante los ochenta —sí, el del ratón y el de los dinosaurios…como si ya no los hubiera citado incontables veces—, pero eso no quita para que, incluso con las trabas que he apuntado, la cinta se disfrute con puntual intensidad. Lo que es capaz de conseguir una buena música de cine
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La noticia
Animación | ‘Balto’, de Simon Wells
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Blog de cine
por
Sergio Benítez
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