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Desde mediados de los años noventa comienza a observarse que circula en la Red gran número de información digital de baja calidad. Aún así es en el 2016 cuando se producen algunos fenómenos a tener muy en cuenta: En Filipinas, Rodrigo Duterte alentado por una intensa actividad en Facebook asciende al poder. A ello siguen los inesperados resultados del Brexit en Gran Bretaña y especialmente el ascenso de Trump en Estados Unidos, dos fenómenos inimaginables sin tener en cuenta la influencia de las redes sociales donde la información se utiliza como arma política.

A partir de estos hechos comienza un intenso debate sobre la contaminación del ecosistema informativo. Ésa está siendo una reflexión en que interveniene el mundo académico, activistas y también profesionales de la información. Un «mixer» de estos perfiles sería Claire Wardle que combina sus labores en el Centro Shomeinsten de Medios y Políticas Públicas de Harvard con la dirección de una asociación sin ánimo de lucro «First Draft» www.firstdraft.org. En esta entidad se trabaja en distintos frentes como la formación y la investigación en la detección  de «fake news». La asociación, ahora mismo está siendo muy activa en la monitorización de las informaciones sobre las elecciones británicas.

Claire Wardle ha publicado un interesante artículo en el número de noviembre de Investigación y Ciencia donde explica, por ejemplo, como el propio término de «fake news» acaba resultando simiplista. En su investigación ha llegado a establecer hasta siete tipos de «trastornos informativos»: noticias inventadas, contextos falsos en que se comparten contenidos ciertos con datos tergiversados, etc… De ahí, que establezca matizaciones, por ejemplo, entre desinformación, información engañosa e información perniciosa…exténdiendose especialmente en el fenómeno de los «memes». En sus conclusiones nos propone «ser parte de la solución»: Critica un cierto paternalismo que lleva aparejada la llamada «alfabetización mediática» y viene a proponernos desarrollar «músculo cognitivo» para armarse de escepticismo emocional,y también formarse de cómo funcionan los mecanismos de las grandes plataformas: la granularidad que permiten para enviar un mensaje concreto a un público específico o los algoritmos que privilegian los mensajes que más se comparten, independientemente de su mismo contenido.De ahí que nos explique sabiamente que «nuestra inclinación a compartir contenido de manera irreflexiva se explota para difundir desinformación»… Para quienes en la lectura hayais llegado hasta este punto y sigais interesados en profundizar, recomiendo no sólo la lectura del trabajo de Claire Wardle en este número de IyC denominado «Caos en las redes sociales» sino también el resto de este monográfico que lleva por título «Verdades. mentiras e incertidumbres. Comprender el mundo en tiempos de confusión». Interesante -y a la par curiosa- esta Investigación y Ciencia, en cuyas páginas junto a este monográfico descrito aparece, por ejemplo, un estudio cientifico sobre el tiempo de cocción del huevo de avestruz

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